Un tiempo después de llegar a Madrid, Sueiro «abandonó el Derecho y el dibujo por el periodismo y la literatura», como nos contaba María Cruz Seoane, su mujer, en la «Nota previa» a la edición de Alianza de 1988 de sus cuentos. Supongo que por aquel entonces Sueiro empezó a sentir esa necesidad de hablar de lo que no se hablaba y la mejor forma que encontró para hacerlo fue a través de la escritura, tanto periodística como literaria.
Sueiro comenzó sus andanzas en el periodismo en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid, que más tarde se convertiría en la famosa Agencia EFE. Después colaboró con los diarios Arriba y Pueblo. Ambos pertenecieron a la Cadena de Prensa del Movimiento (franquista, claro). El diario Arriba fue fundado en 1935 por José Antonio Primo de Rivera y a partir de 1939 se convirtió en el periódico oficial de la Falange, órgano doctrinal del régimen franquista, exento de la censura previa que aplicaba por entonces la Ley de Prensa. El diario Pueblo, menos importante, dependía de la Delegación Nacional de Sindicatos y no se consideraba que tuviese mucha calidad.
«La redacción del diario Pueblo se componía de desechos. Basta covachuela galdobarojiana cuyos inquilinos ni sabían escribir ni tenían otro sueño que el plurisueldo. El periodismo era para ellos simple trasvase de propaganda que ni siquiera se cuidaban en hacer digerible a sus lectores. Vivían pendientes de no irritar a ninguna de las múltiples autoridades: civiles, militares, religiosas, y a los numerosos gremios que acotaban sus parcelas contra la crítica del resto del país. Dirigentes sindicales de segunda, y aun de tercera, y ministros y jerarcas del partido único se arrogaban páginas enteras del periódico para sus más nimios discursos o gratuitas declaraciones, y ay de la errata que turbase la fluidez de sus periodos, porque al día siguiente había que reimprimir el discurso entero con enfáticas excusas. […] Las comillas eran socorridísimo recurso para dar un tono pícaro o siniestro a cuanto la censura o el miedo impedían decir con claridad».
Jesús Pardo, periodista.
Probablemente hastiado y frustrado por el trabajo en esta clase de publicaciones, que no solo eran contrarios a su ideología política sino que además le cortaban las alas a su libertad de expresión, decidió volcarse en la literatura para expresar a través de ella su denuncia al régimen franquista. Sin embargo, con el tiempo volvió a dedicar parte de su escritura al periodismo, aunque esta vez de forma independiente y sin restricciones (pero con censura, por supuesto).
En la misma línea que los textos de los periodistas Rodolfo Walsh y Normal Mailer, Suerio practicó una suerte de nuevo periodismo con sus libros de reportaje. El nuevo periodismo surgió como una tendencia literaria y periodística a mediados de los años 60 en Colombia y fue bautizado como tal por el escritor Tom Wolfe. Básicamente nació a raíz del descontento de unos cuantos escritores que consideraban que la información era superficial y carecía de la profundidad y seriedad necesarias para llegar a los lectores. La idea era aunar literatura y periodismo en uno, es decir, contar las noticias a través de historias sencillas y cotidianas y, sobre todo, reales, aplicando las técnicas y recursos de la literatura (algo que los defensores del periodismo tradicional rechazaban). Así pues, el nuevo periodismo viene como una renovación en las formas narrativas: diálogos realistas, descripciones detalladas, un estilo claro… y, lo más importante, un gran trabajo de investigación basado en la precisión y veracidad de los hechos.
«Demostrar que la realidad nos pasa delante de los ojos como un relato, en el que hay diálogos, enfermedades, amores, además de estadísticas y discursos».
Tom Wolfe
El Boom literario latinoamericano sirvió para que esta nueva forma de entender el periodismo cogiese impulso y se afianzase. En 1957, Rodolfo Walsh publicó Operación Masacre, punto de inflexión que terminó de asentar el nuevo periodismo. En Estados Unidos, el pistoletazo de salida lo dio Truman Capote cuando publicó A sangre fría en 1966.
En España, con el Generalísimo al frente, la Iglesia a su derecha y la censura a su izquierda, hacer periodismo de investigación era una osadía. Pero Sueiro lo hizo. Lo hizo porque quería la verdad, quería llenar esos vacíos de información que diarios como Arriba y Pueblo dejaban. Y así nacieron El arte de matar (1968); Los verdugos españoles (1972); La pena de muerte: ceremonial, historia, procedimientos (1974); La verdadera historia del Valle de los Caídos (1976); Historia del franquismo (1977), escrita en colaboración con Bernardo Díaz Nosty; La Flota es roja (1983) y El Valle de los Caídos: los secretos de la cripta franquista (1983). Todos ellos grandes reportajes de investigación periodística sobre temas espinosos, difíciles y a veces dolorosos como la pena de muerte o el Valle de los Caídos.
Sueiro no fue solo pionero en España cuando decidió embarcarse en la ardua tarea de escribir estos libros reportaje, fue también uno de los muchos valientes que decidió utilizar su escritura como arma, como denuncia al régimen franquista, que dio la cara por las personas que no tenían voz, ni voto, ni casi nunca nada.
Por Sara Salsón